miércoles, 19 de octubre de 2016

Va de gatos 3

Republico un post escrito allá por octubre del 2006

Nostalgia gatuna

Últimamente Wendeling sueña con gatos. No se ha parado a pensar que posible significado tiene esos sueños, pero le han hecho recordar con un toque de nostalgia a Zipi y Zape, los gatos que vivían con ella en la casa del fantasma. La de horas jugando a las casitas con ellos (y la imagen por completo surrealista de Zipi, vestido con un traje de flamenca de una muñeca de Wen, corriendo y saltando por los tejados después de escaparse de las manos de la niña) o saliendo a pasear con zape, metido en un cochecito de bebé de juguete y dejándose poner un simulacro de pañal.

Zipi y Zape eran hermanos, Zipi de color dorado y blanco, Zape por completo negro salvo una mancha blanca en una de sus patas y la punta de la cola. Por aquella época Wendeling estaba enganchada a los tebeos de Escobar, así que cuando llegaron a casa y después de escuchar a su abuela un zapeeeee, al bajar al gatito de la mesa, terminaron bautizados como sus homónimos de los tebeos.

Eran gatos cazadores, estaban en la casa por una única razón: limitar la sociedad ratonil que vivía entre las paredes, así que como animales libres entraban y salían de la vivienda, se procuraban su propio alimento y tenían sus contactos con sus posibles novias. En compensación la abuela les dejaba un rincón calentito cuando hacía frío o llovía y si había suerte, podían comerse las sobras de pescado o de la comida, aparte de un platito de leche ocasional... Y también eran los amigos de Wen.

La casa del fantasma era un caserón muy grande y los gatos tenían completa libertad para andar por cualquier parte de ella, salvo una de las habitaciones de la planta de arriba. Allí la abuela guardaba conservas y estaban los armarios con la ropa de fuera de temporada, además de los objetos más valiosos que había atesorado en su vida (incluidas varias copas de cristal fino). Esa habitación estaba siempre cerrada, incluso para una Wen niña y curiosa que había recibido ya varias amonestaciones por jugar con las copas de cristal. Y los gatos lo sabían... ahí no se entraba, pero como animales curiosos, aprovechaban cualquier momento en que estuviera la puerta abierta para asomarse por ella y descubrir un trocito de mundo virgen gatuno.

ooOOoo

Tarde soleada de primeros de mayo, que Wen aprovecha en una terraza por completo llena de geranios en flor, para leer un ratito. Los gatitos son cachorros, solo llevan cuatro meses viviendo con ellos. Zipi que salta sobre sus rodillas, Wen que baja su mano y acaricia al gato, creyendo que está buscando mimos... pero Zipi baja y sale corriendo. La pequeña vuelve a su tebeo.

Dos minutos después, Zipi realiza la misma jugada, pero en esta ocasión, al saltar de las rodillas de Wen, no sale corriendo, se queda parado mirándola... Ella vuelve la vista a su lectura. El gatito lanza un leve maullido para llamar su atención. En ese momento se da cuenta que pasa algo, Zipi se pone a andar y varios pasos después vuelve a mirar atrás para ver si ella le sigue. Wendeling deja su tebeo y se levanta de la silla, sigue a un Zipi que constantemente mira detrás de él y finalmente terminan delante de la puerta de la habitación prohibida. Se sienta delante de la puerta y tuerce un poquito su cabeza.

- Si quieres entrar ahí, la llevas buena. Mama no quiere que entremos, porque podemos romper algo.

Wendeling se vuelve con intención de marcharse, pero el gatito se planta delante de sus pies, levanta su cabeza y vuelve a maullar...

- Yo no abro esa puerta, que no quiero que me castiguen, Zipi.

El gatito se pone de pie delante de la puerta y hace intención de arañarla.

- ¡¡Eh!! Eso no se hace.

Nuevo maullido, en esta ocasión intentando meter una patita por debajo de la puerta. Y por fin, la niña sospecha que...

Abre la puerta... y un Zape raudo, veloz y asustado, sale corriendo por el pasillo, seguido de Zipi. Después de la sorpresa inicial, Wendeling no tiene más remedio que soltar una carcajada. Cuando comprueba que todo está en orden dentro de la habitación, vuelve a cerrar la puerta. Menos mal que la abuela no andaba cerca, porque podrían haberse llevado un buen castigo por su curiosidad.



Y este lo escribí en abril del 2007, al poco de llegar Anduriña a nuestras vidas 

Anduriña


El día en que Anduriña llegaría a casa, estábamos todas nerviosas. Nos costó tomar la decisión, no todos los días/meses/años se puede elegir a un nuevo miembro familiar, pero finalmente todo estaba decidido... Andu por fin llegaba.

Dos voluntarios del refugio de animales la traían a casa, Vanessa y Alberto. Un transportín y una gatita que asoma la cabeza en cuánto se le abre la puerta.

- ¿miaaaau?

- ¿Quereis un café?

Los chicos asienten, me dirijo a la cocina y una gatita que me sigue. En la cocina están su comederos, pienso seco y agua... curiosea, bebe agua y se pasea entre mis piernas, buscando una caricia. Pequeños cabezazos para que la acaricies.

Conversación en la sala, tomando café... Andu no se separa unos metros de mi.

- Es la primera vez que veo como un gato adopta a su madre - comenta Vane.

- ¿Qué?

- No se ha separado de ti en cuanto te ha visto. Es la primera vez que veo a un gato hacer eso con una persona que acaba de conocer. Te ha adoptado como madre. A mi me conoce desde que era pequeñita y sin embargo, te busca a ti.

Desde aquel día, Andu conversa, es una gata charlatana, hace decenas de ruiditos si le hablas. Te avisa de que tiene hambre y tiene su comedero vacío. Maulla cuando está aburrida y le apetece jugar conmigo. Es la primera que sabe si alguien viene a casa. Me recibe al llegar y llora cuando me marcho.

Desde aquel día, no duermo sola, me acompaña en una esquinita de la cama. Y si me descuido y me paso de hora de acostarme, ahí está Andu, recordándome que tengo que dormir.

Desde aquel día, no duermo ocho horas del tirón, porque a media noche, una gatita le da por jugar con mi pelo o decide de que es buena hora para lavarme la frente.

Desde aquel día, una gata me acosa cuando compro pescado y cada vez que acudo a la cocina, por si cae alguna chuche inesperada.

Desde aquel día veo como mis hijas aceptan que hay otro miembro más de la familia y no sienten celos de ella, como juegan y no se enfadan si Andu se toma más en serio de la cuenta algún juego

Desde aquel día no me encuentro sola. Y no importan los pelos que hay que barrer, los pequeños arañazos que me demuestran que tiene más reflejos que yo, no importan limpiar la caja de las caquitas, no importan las menos horas de sueño ni sus quejas en el baño (bocados incluidos).

Porque estamos felices por la mejor decisión que hemos tomado las tres.



Siempre me han gustado los animales, he compartido mi vida, mis juegos y mis fantasías con una mula, una cabrita, un pato, varios pájaros (gorriones, canarios y jilgeros... y uno pequeñito tropical del que desconocía la especie), hamsters, gallinas y conejos. He jugado con los perros de vecinos y tíos; pero siempre he sentido una empatía especial por los felinos, por los gatos domésticos que saben perfectamente como conseguir lo que quieren de ti y que sienten cuando estás triste para alegrarte el día con un par de lametones o meterse en líos por alguna travesura. Desconozco si la genética es culpa de ello o no, pero por las historias de mis padres, ellos también sintieron algo especial por los gatos de la familia.

Soy gatuna, muy gatuna, lo sé. Y prefiero limpiar pelo a volver a sentirme sola sin un gato en mi vida.


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