Pili y su familia vivían en una enorme casa que había sido cuartel durante la guerra y aunque tenían habitaciones suficientes para no tener que compartir, al final terminaba durmiendo con alguna hermana. Tampoco tenían problemas con el acceso a la comida por el trabajo de su padre, aunque eso si, dinero poquito.
Al ser una casa tan grande, había habitaciones vacías, habitaciones que usaban de almacén o de cuadra para los animales... y animales... un marrano (cerdo) por año, cabras, gallinas (y gallo y pollitos en primavera) y gatos, por descontado.., gatos que mantenían controlados a los ratones que acudían a comerse el grano guardado, o la chacina, o lo comida que pudieran conseguir.
También contaban con varios perros que al igual que los gatos, vivían libres por la casa y que tenían su razón de ser, cuidar a la familia y en ocasiones, darse sus carreras para ir de caza por el secano que rodeaba el pueblo o por la sierra.
Entre todos esos animales Pili sintió algo más que cariño por un gato rubio y muy listo, que siempre consiguió lo que quiso de ella.
El Rubio (como terminó llamándose) tenía un sexto sentido para saber cuando el padre de Pili volvía a casa del trabajo y eso que él nunca tuvo un horario definido. Ya fuera verano o invierno, de improviso, dejaba su estado de sueño o duermevela para salir corriendo a la puerta del caserón y sentarse allí, mirando al frente. Pocos minutos después aparecía él. ¿Escuchaba e identificaba su manera de andar? ¿Lo olía? a saber, pero nunca falló.
El Rubio sabía cuando Pili se sentía triste o estaba enferma y se acurrucaba a su lado.
El Rubio participó con ella en algunas travesuras que no acabaron muy bien y también terminó castigado, como su compañera: "Sin cenar y a la cama".
El Rubio aprendió a saltar entre los brazos de Pili agarrados haciendo un aro y conforme ella crecía, más alto era el salto a dar. Cada vez que hacía eso, ella terminaba con una carcajada y esa era toda su recompensa.
Los años pasaron y la casa se fue vaciando. Los hermanos terminaron por formar su propia familia y Pili se quedó sola. El Rubio seguía por allí, pero ya era muy abuelito y hacía tiempo que no había vuelto a saltar entre los brazos de ella.
Un buen día no acudió a la puerta a recibir al padre de Pili... enroscado delante de la chimenea había dejado de respirar.
Y Pili, ya Pilar, formó su propia familia pero nunca consintió en volver a tener un gato en su casa.
Nota: Cuando años después yo preguntaba e insistía en tener un gato, ella siempre me hablaba de El Rubio, pero nunca del porqué no quería que yo tuviera un hermano gatuno como ella disfrutó
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