jueves, 30 de octubre de 2008

El sombrero

Wendeling no tiene un recuerdo de su abuelo en la calle en que no llevara su sombrero. Un borsalino de color gris oscuro en algunos casos y en otros negro, para el luto. También tenía uno en azul algo más claro, con manchas de sudor alrededor de la cinta, Wen no sabe si porque era algo más viejo o lo compró directamente para usarlo cuando iba a su terrenito a cultivar desde hortalizas a trigo.

A la niña le gustaba pasear cogida de su mano, rasposa por toda una vida trabajando con ellas. Y sobre todo le encantaba alzar la mirada para ver como se lo levantaba un poquito para saludar a alguna señora o tocarse el ala para saludar a un señor.

Cuando llegaba a casa, tras levantar la estera de esparto de la entrada, se quitaba el sombrero y lo colocaba en una estantería tras la puerta, junto al azul más usado. El negro lo guardaba en el armario, solo era para ocasionales funerales. Wen no podía evitar sonreir al verle que el borsalino había marcado la frente de su papa (sin acento). Cuando se sentaba en el sillón, ella se le acercaba y tras darle un beso, pasaba su dedo por la señal hundida que le había dejado.

Como jamás había salido a la calle sin sombrero, Wen aprovechó cierto día que había ido "al campo" para acercar una silla al estante de los sombreros. Subirse a la silla y conseguir, con la punta de sus dedos, agarrar el ala del borsalino hasta sacarlo del lugar. Bajarse de la silla y con el sombrero en la mano dirigirse al dormitorio de sus abuelos, donde estaba el espejo grande.

Allí, delante de su imagen, se coloca el sombrero que le cae hasta los ojos. Sonrie al espejo que casi no ve tras el ala... Y le llega su olor. Ese olor que ha aprendido a querer, a esperar cada madrugada cuando él llega de su trabajo (es vigilante nocturno de una bodega) y le deja un beso en la frente antes de meterse en la cama. Intenta colocarse el sombrero para poderse ver, pero al ponerlo para atrás, el ala le hace cosquillas en la nuca.

- No, así no es.

Y durante unos minutos saluda a señoras desconocidas levantándoselo un poco el sombrero y a caballeros imaginarios tocándose el ala con la mano derecha. Hasta que un pequeño ruido la hace volverse.

Su abuelo la está observando desde la puerta del dormitorio. Cuando se ve descubierto, avanza hacia la niña y le agarra el sombrero.

- Lo siento papa, no lo he manchado.

- No te preocupes Wen. Solo lo has deformado un poco.

El abuelo vuelve a darle forma, con los dedos de su mano pellizca el delantero y hunde la corona.

- ¿Ves? Igual que antes. Pero no vuelvas a cogerlo, te podrías caer de la silla.

Wendeling asiente y pide a su abuelo un beso poniendo morritos, que éste le da.


Nota: Cuando mi papa murió, no pude evitar pensar que deberían enterrarle con su sombrero. No consigo imaginármelo fuera de casa sin él. No pude asistir y sigo sintiendo ese pellizco de dolor por su falta.

Nota 2: Durante mi adolescencia y primera juventud, usé multitud de sombreros y boinas que adornaron mi cabeza. Con el tiempo dejé de hacerlo. Guardo alguno todavía por casa y siento nostalgia de sentir sobre mi cabeza un borsalino masculino.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Me hiciste pensar en el olor de mi padre cuando llegaba por las noches y yo me hacía la dormida mientras me daba el beso... y que siempre que estaba de vacaciones, y los fines de semana se ponía su gorra de capitán marinero.

Un beso wen.

Wendeling dijo...

Synnove, mis recuerdos están muy unidos siempre a los olores. Por ejemplo, el café siempre me recuerda a mi bisabuela Carmen cuando me contaba historias de sus padres o hermanos mientras tomaba el café. Y la colonia Heno de Pravia a mi abuela, porque todas las mañanas, después de lavarse, se la echaba en el pelo.

Gracias por pasarte por casa. Un beso.

Lara dijo...

A mí me has hecho recordar a mí padre con sus gorras. Cuando estaba muy enfermito siempre la llevaba y yo lo veía tan tierno.... ainssss.... que recuerdos.
Muuuuacks!

Nanny Ogg (Dolo Espinosa) dijo...

A mí también me has hecho recordar a mi padre y, de paso, derramar un par de lágrimas. Normal, claro...

Besos

Faboo dijo...

Bueno, tarde pero por fin también yo paso por tu "casa nueva".

Se está igual de bien que en la anterior, por cierto


- - - - -

Cuando enano yo era costumbre que quienes sudaban a la par que el campo se guardaran del sol con un sombrero de esos entre verdes y marrones con una larga pluma en un costado, sombreros tópicos.

Que creí llevaría algún día pero jamás llevé.

Sudar, sí sudé, de pastor de vacas, de obejas, recogiendo el heno y buscando frutas silvestres.

Pero del sombrero ni la pluma lucí.

A veces un sombrero sólo es un sombrero, evidentemente no siempre es así.

Un abrazo =ô=

Anónimo dijo...

No deja de ser sintomático que estrenes tu nueva casa con un recuerdo de la infancia más entrañable, y es que las más de las veces la vida tiene forma de circunferencia, y el futuro siempre arranca del pasado.

Y mención especial para tu nueva casa. Qué gusto en la decoración y qué alegría ver reunidos todos los posts (y comentarios, oiga) desde hace más de cuatro años. Felicitaciones al arquitecto...y que la propietaria la disfrute con salud por mucho tiempo.

Anónimo dijo...

Mi padre, tenía una pequeña huerta an la que se pasaba las horas los fines de semana.Cuando iba allí también solía llevar un sombrero.
Es agradable volver a leerte en tu nueva casa.
Besitos.

Zana dijo...

A mí me has recordado enteramente a las boinas de cuero negro que se pone mi padre todos los inviernos cuando sale...

Me cuesta no verle con esa gorra.

Bego dijo...

Mi padre y mi abuelo siempre llevan gorros porque los dos son calvos y pasan mucho frio, y entiendo perfectamente lo que sientes tu.

Sería un buen regalo que hacerte (que vayan tomando nota).

Un besote.