Atraco en la joyería

Las cinco de la mañana, hora de despertar de un vecino. Está en la cocina preparándose el café, cuando por la ventana ve una extraña luz moviéndose.

Se asoma a la ventana.

Y en una calle casi a oscuras (el ayuntamiento debería pasarse por mi calle a esa hora para comprobar la poca duración de las bombillas que usa en sus ultramodernas farolas cavernícolas) observa a un furtivo, linterna en mano, que manipula la corredera de la joyería de la esquina. Sigue observando. El furtivo consigue abrirla y procurando no hacer ruido, la sube un poquito, y casi a gatas, se introduce dentro de la joyería.

Le extraña que no haya saltado la alarma. Llamada inmediata a la policía. Están atracando la joyería.

Minutos después, sirenas, despiertan a medio barrio. Dos coches de la policía nacional se estacionan al lado de la joyería. Salen los policias y se posicionan. Justo en ese momento también llega un patrulla de la guardia civil.

En esos momentos ya hay medio barrio asomándose a la ventana.

Se acercan los policias a la puerta de la joyería, dan un golpe a la corredera y hablan algo. La abren del todo y en ese momento sale el furtivo, manos en alto y con cara blanca por completo...

¡ES EL JOYERO!

Según explicación del propietario, tenía trabajo acumulado y ese día decidió ir a la joyería y adelantar encargos.

Pobre hombre, vaya susto se ha llevado, y eso que solo pretendía ganar unos eurillos.

La policía empieza a disolver a los curiosos que han terminado por acercarse (vaya horas, son las cinco y media de la madrugada y la gente cotilleando por la calle).

Y Wendeling, con el espéctaculo gratuito justo enfrente de su ventana, durmiendo a pata suelta en su cama, soñando con una buena ración de sexo (que sí... que ando a dieta desde hace demasiado) sin enterarse de nada, hasta que a las siete de la tarde, en la carnicería a la que va habitualmente a la compra, le cuentan la función de la hora golfa que ha ofrecido la policía y el asustado joyero.