lunes, 10 de noviembre de 2008

Una tarde perfecta

Aclarar que Wendeling no tiene sueños proféticos ni rige su vida por ellos. Sólo los recuerda, sobre todo si alguna escena (o tal vez la última antes de despertar) le ha impresionado por alguna razón. Justamente lo que ha ocurrido en un par de sueños en la última semana... aunque más que un sueño original, empiezan por un recuerdo de hace muchos años...

Wendeling sigue volviendo a la casa del fantasma en cada vacaciones o finde largos que puede. Las relaciones con sus amigas de la infancia ya no son lo mismo, por lo que busca a sus primas de edad similar. Al final, según ocasiones, sale con dos pandillas de chicas distinta, cada grupo tiene sus gustos y lugares habituales de reunión y Wen se siente bien con ambos; el grupo de su prima Montse es más joven, rebelde, caótico, atrevido. Y el de su prima Wen (son tocayas, en total hay hasta ocho primas que se llaman igual en la familia), solo unos meses menor que ella, son más tranquilas y tradicionales. Atienden a las recomendaciones paternas y raramente llegan tarde a casa.

Y ahí están, un sábado por la tarde de un soleadísimo invierno. No hace nada de frío para ser febrero, pero anochece pronto así que tampoco se atreven a ir de bares. Tienen que estar pronto en casa...

- ¿Y por qué no vamos a ver a las hermanas?

- ¿Eh? - Wendeling no sabe de que hablan exactamente. - ¿A vuestras hermanas?

Se ríen. Son cinco contando a Wen y su prima.

- No, al convento.

Abre mucho los ojos, porque exactamente no sabe de que hablan. Conoce la existencia de un convento un par de kilómetros a las afueras del pueblo. Es de clausura y aunque ha pasado un montón de veces por delante y pensado en las mujeres que viven allí, jamás se le habría ocurrido visitarlas. Sobre todo por su mal experiencia con cierta Sor Teresa que le amargó sus primeros años de colegio.

Así que a sus 15 años, van todas al convento, las lleva el padre de una de ellas en el coche... como sardinas en lata pero contentas... salvo Wen que tiene algo de nervios

"¡Un convento de clausura! ¿qué vamos a hacer allí?"

Y para su sorpresa, pasó una de las mejores tardes de su corta vida. Distinta, original, divertida y muy dulce. Las amigas de su prima eran habituales y las hermanas que las atendieron, eso sí, a través de una reja y tras una cortina que solo terminaron por correr cuando el único hombre se despidió tras indicar que volvería a buscarlas en un par de horas.

Una mesa camilla... mejor dicho, dos, una a cada lado de la reja. Y al menos ocho hermanas que se fueron sustituyendo (nunca más de dos a la vez) y con las que conversaron de todo un poco. De como era la vida dentro y fuera de allí, de sus ilusiones de niñas, de porqué decidieron un día dedicar su vida a rezar por los demás, de todo el trabajo que hacían dentro del convento, porque cultivaban sus propias verduras y cuidaban sus animales, gallinas y corderos, para alimentarse. De la vaca que les daba la leche y de esos dulces tan ricos que nos dieron con un caliente vaso de chocolate.

Les mostraron sus caras, sus sonrisas y hasta carcajadas con algunas anécdotas y en ningún momento intentaron adoctrinarlas. Poco antes de la hora incluso les permitieron entrar a la capilla, pequeñísima porque solo eran quince mujeres pero muy bella, con tapices bordados y una única imagen además del crucifijo.

Al final un "Dios os bendiga", un "rezaremos por vosotras, por vuestro futuro" y la certeza de Wendeling de que ninguna estaba encerrada allí por obligación, sino por propio deseo de servir a los demás de una manera distinta a la habitual... rezando.

Mis dos sueños comienzan en esa tarde ¿Por qué ha vuelto después de tantos años a mi memoria? no lo sé. Pero agradezco volver a recuperar esas horas tan distintas a las habituales. Extrañamente perfectas. La última noticia que tuve de ellas fue hace unos años, que alguien me comentó que se cerraba el convento, sólo quedaban tres hermanas muy mayores que casi no podían mantenerse. Nunca tuve vocación de monja, sino de ser madre. Pero perdura la sensación de su vida plena por decisión propia.

Dios os bendiga, hermanas, allá donde esteis.

5 comentarios:

Bego dijo...

Me acabas de hacer recordar una vez que yo también estuve en un convento de clausura y como me impresionó todo. Eras un grupo de unas 10 personas y también estuvimos un rato hablando con ellas, igualmente que tu, ellas a un lado de una reja y nosotros al otro.
Madre mía, ni me acordaba de ello.
Igual que tu, tampoco tuve la sensación de que estuvieran allí por obligación sino por vocación. Cada uno en esta vida nacemos para una cosa.

Un besazo.

Wendeling dijo...

Abeja Maya, es que fue esa la sensación más fuerte. Agradecieron la visita, porque, según comentaron, en ocasiones echaban de menos saber lo que ocurría fuera. Pero a pesar de todo, de tantas horas de trabajo, de soledad, se sentían mujeres completas y me impresionó mucho.

Gracias por tu comentario.

Lara dijo...

Me imagino que tuvo que ser una experiéncia totalmente diferente a cualquier otra, no sé... nunca he estado en un convento.
Muuuuacks!

Anónimo dijo...

Esto... que dice de esto alguien como yo?
Entiendo lo que quieres decir, que cada uno en su libre albedrío (que es lo que nos otorga Dios no?, para que veas que todo no se me ha olvidado:-P) elige la vida que le llena y que no son buenas las ideas preconcebidas. Un beso beata!!! lo sé lo sé.. con lo bien que iba.. jajaja

Wendeling dijo...

Lara, por completo distinta, vaya que si.

Zarem, que le vamos a hacer, unas somos beatas y otras son... Zarem...