Wendeling vuelve a las andadas

... Y que no aprende, aunque quizás habría que reeducarla, porque después de 38 años siendo patosa ¿para qué cambiar?

En antecedentes: domingo por la mañana, Wendeling en una de sus escapadas a la iglesia, a oir misa... muy arreglada, pantalón ancho, en color negro, blusa blanca bastante insinuante (peazo de escote, veremos si el párroco le pone mala cara cuando la vea) y sus habituales sandalias de tiras y tacón de 10 cm.

Y como siempre que Wen camina sola por la calle, pensando en las musarañas... que no, que no pensaba en esos bichos raros, sino en la semana tan fabulosa que acaba de vivir "en pecado" y que no piensa confesar porque jamás se va a arrepentir de sentirse feliz. Así que está por decidir pasarse de largo la iglesia e ir a pasear por un parque cercano, a visitar a sus amigos los polluelos cisne que ya han crecido por completo y están irreconocibles.

Dicho y hecho, pasa de largo por la puerta de la iglesia y dobla la esquina en dirección al parque.

Sonríe, mientras pasea, muy despacio. Sueña despierta al abrir el cajón de los recuerdos: una noche contando estrellas fugaces, tan cerca de él que su olor la llena por completo... encendiendo las velas de una tarta de cumpleaños... asomándose por encima de su hombro para ver como cocina (y qué bien le sale)... unos juegos en la piscina... esa mirada que la hace estremecer...

Y claro, como Wendeling vuelve a las andadas y jamás aprende... no ve la tapadera que sobresale de la acera. Una de esas tapas que las compañías eléctricas, de teléfono, del gas y demás empresas a las que les gustan agujerear de tanto en tanto las calles... que sobresale y no está ajustada... Así que mientras Wen disfruta del recuerdo, el tacón de su sandalia se engancha y un nuevo Wendelingnazo, tan larga como ella es, esta vez no fue solo el culete de Wen el que se llevó el golpe, sino también la rodilla, las manos y el codo izquierdo.

Dentras de ella escucha un grito de alguien que acude a ayudarla (en esta ocasión tiene suerte): un chico joven, no muy bien arreglado, con melena larga y cara de preocupación.

- ¿Te has echo daño?

- Estoy bien, gracias.

- Espera, te ayudo a levantarte...

- Si no hace falta, puedo....

Pero no, al final no puede levantarse sola, porque en ese instante Wendeling descubre el tremendo siete que tiene en el pantalón, en la parte interna del muslo izquierdo... del todo el muslo, desde arriba hasta la rodilla... y sufre un impresionante ataque de risa al intentar pensar como ha podido romperse el pantalón por ahí y recordar otro leñazo en el que se rompió la falda...

Se le saltan las lágrimas, contagia con su risa al chico que pretendía ayudarla y que aunque lo intenta, tampoco puede ayudarla a ponerse de pie... aunque finalmente, después de unos forcejeos, consigue levantarse, dar las gracias a esa persona desinteresada (y ufff... vaya pedazo de morenazo y yo con estas ropas....) y volverse a su casa.

Vuelta a la normalidad después de unas vacaciones geniales... y claro, Wendeling vuelve a las andadas...