Heridas y cicatrices

Siempre he sido muy patosa, y entre ese hecho y mi despiste natural (en cierta ocasión, el otorrino me hizo unas pruebas auditivas cuando era niña, mi abuela estaba convencida que no oía bien; su diagnóstico: "Wendeling oye perfectamente, solo sufre de un despiste natural bastante grande") he terminado un buen montón de veces en el suelo. Tengo unas rodillas con cicatrices... heridas tras heridas, nunca terminaban de curar cuando Wendeling volvía a tropezar con la única piedra de la calle, o el único hoyo, o la única baldosa suelta de la cocina, o... vete tu a saber... pero irremediablemente, he sufrido de decenas de Wendelingnazos.

Mi oreja derecha tiene una pequeña decoración, me la rajé por arriba, cuando mi abuela me perseguía para meterme en la bañera (hacía mucho frio, pleno invierno y un pueblo de la sierra) y yo no quería, tanto corrí que terminé en el suelo y mi preciosa orejita (la verdad es que son bonitas, pegaditas al cráneo) terminó por tropezar con el borde de la puerta, resultado: dos puntos.

A los siete años, yo era toda una experta en caídas ridículas, graciosas, simpáticas, originales... así que decidí innovar: quedé colgada como un pollo de una reja, mi pie atrapado y mi boca contra el suelo: paleta izquierda partida, premolar izquierdo desaparecido en combate y labio inferior izquierdo abotargado y enorme (vaya susto se llevó mi abuela cuando me vio aparecer). Mi labio tiene una bonita (aunque casi desaparecida) cicatriz.

Todas mis cicatrices tienen sus historias (como supongo que le ocurre a la mayoría de las personas), pero hay una de ellas que todavía no he conseguido curar, y eso que serán 10 años el próximo abril... esa herida sigue muy abierta. Quizás consiga algún día que deje de sangrar.